LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle
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martes, 3 de enero de 2012

VERDADES ÚLTIMAS, VERDADES ÍNTIMAS

Las verdades últimas carecen de argumentos. Saben darse, sin embargo no saben defender su causa. Nuestras certezas más íntimas, las más nutritivas, son también las más vulnerables en el terreno dialéctico. Defenderlas es ya traicionarlas. Su inocencia, su frescura, su magnetismo divinos se hunden bajo la coraza de los argumentos.


Gustave Thibon, L'échelle de Jacob (Fayar, 1942)

martes, 27 de diciembre de 2011

SOBRE MUERTE Y VEJEZ

¿Vale más morir lenta o repentinamente? Mi horror por la vejez y sus caducidades me inclina hacia la segunda rama de la alternativa; presenta ésta sin embargo el riesgo de hacernos dejar este mundo sin haber conocido la fragilidad del ser humano, es decir, sin haber recibido esta irreemplazable lección de humildad que da la conciencia de la dependencia del alma en relación al cuerpo. La decrepitud desarma al Yo. Exactitud de la fórmula "no es más que la sombra de sí mismo"...

Gustave Thibon, Aux ailes de la lettre, Pensées inédites 1932-1982 (Éditions du Rocher, 2006)

jueves, 18 de noviembre de 2010

NOTICIA NUEVA DE GUSTAVE THIBON

Me llega un nuevo comentario nuevo a una entrada vieja.


Como es muy probable que muy pocos la lean, lo reproduzco aquí (y allí):


De todos os livros de Thibon, "Una mirada ciega hacia la luz" é o que mais aprecio. É preciso dizer entretanto que nessa edição da Belacqva, o prólogo que aparece na edição original foi retirado! Aconselho, a quem quiser ler esse livro, procurar a antiga edição da Rialp "Nuestra mirada ciega ante la luz".

Para os admiradores de Gustave Thibon sugiro modestamente o meu blog:
"oequilibrioeaharmonia.blogspot.com", dedicado exclusivamente a textos de Thibon.

Fernando (São Paulo-Brasil)

Muito obrigado, Fernando.

miércoles, 19 de agosto de 2009

El milagro del amor

El amor verdadero comienza cuando uno se da cuenta de que el amor de las criaturas no existe y que el ser amado no es más que un vaso de agua para nuestra inmensa sed otorgado por el azar en un encuentro fortuito o un tanteo aún vacilante de nuestro ciego impulso hacia lo infinito. Cualquier otro ser podría fácilmente sustituirlo porque para saciar la sed basta cualquier bebida, y con cualquier material se puede tallar un ídolo. La revelación es dura, pero de este bautismo en la verdad, inmensa y amarga como el océano, vemos resurgir, como una aparición que disipa las apariencias, un nuevo amor hacia las criaturas que ya no debe nada a la necesidad, al azar o a la mentira. Este amor es noble porque ha depurado y separado todos los elementos extraños, invulnerable porque pasa por encima de la muerte y único porque encuentra de nuevo en el ser amado la imagen pura del Dios creador. También aquí la inmortalidad comienza en la resurrección. Pero antes de resucitar hay que morir, y sólo después de aborrecer las cenizas de la nada se paladea el ser.

No amamos a alguien porque sea único, sino que, al contrario, llega a ser único porque lo amamos. Es el amor el que nos eleva a la existencia irreemplazable e inmortal. Es "fuerte como la muerte", porque nos libera como ella del tiempo y de las apariencias. Antes de amar y ser amados, no tenemos existencia verdadera: no somos más que una nebulosa de posibilidades confusas y casi anónimas. El amor nos entresaca de la masa informe y común, del vano torbellino de átomos intercambiables. El amor crea primero dos soledades y luego las une. Todos los bloques de mármol del mundo son más o menos lo mismo, pero cuando Miguel Ángel escoge uno, aunque sea al azar, para esculpir su sueño, a partir de ese instante todo azar queda superado y la forma de la estatua responde a una idea única de Dios eterno. Y la materia y la forma de la obra quedan unidas e inseparables para siempre.

El milagro del amor consiste precisamente en cambiar los elementos que otorga por el azar en dones de la Providencia, revelándonos, a través de las pruebas que van destruyendo todo lo mortal que hay en nosotros, el fulgor divino de un amor irreductible a todos los comunes denominadores de la materia y del tiempo. ¿Cómo llegaríamos a descubrir la inmortalidad escondida en nosotros si no gustáramos el sabor de la muerte?


[Gustav Thibon, Una mirada ciega hacia la luz. Reflexiones sobre el amor humano, Barcelona, Belacqua, 2005]

sábado, 4 de abril de 2009

Noticia breve de Gustave Thibon



Fue Marie Christine del Castillo, en el divagatorio azar de una conversación de café, quien pronunció el nombre de Gustave Thibon (1904-2001). Yo no lo había oído nunca, ni me sonaba siquiera, lo cual no es extraño, dada la vastedad de mi ignorancia. Marie Christine me dijo que en España prácticamente no lo conocía nadie, salvo, al parecer, Aquilino Duque y alguna otra rara avis, pero que era un pensador importante. Como buen coleccionista compulsivo, decidí no dejar escapar esa pieza. Y pedí los dos únicos libros suyos que se pueden encontrar hoy en el mercado, ambos editados por Belacqua, El equilibrio y la armonía (L'Équilibre et l'harmonie, 1976) y Una mirada ciega hacia la luz (Notre regard qui manque à la lumière, 1955). De este último copio una pasaje para general conocimiento y pública recomendación:

"El amor verdadero comienza cuando uno se da cuenta de que el amor de las criaturas no existe y que el ser amado no es más que un vaso de agua para nuestra inmensa sed otorgado por el azar en un encuentro fortuito o un tanteo aún vacilante de nuestro ciego impulso hacia lo infinito. Cualquier otro ser podría fácilmente sustituirlo porque para saciar la sed basta cualquier bebida, y con cualquier material se puede tallar un ídolo. La revelación es dura, pero de ese bautismo en la verdad, inmensa y amarga como el océano, vemos resurgir, como una aparición que disipa las apariencias, un nuevo amor hacia las criaturas que ya no debe nada a la necesidad, al azar o a la mentira. Este amor es noble porque ha depurado y separado todos los elementos extraños, invulnerable porque pasa por encima de la muerte y único porque encuentra de nuevo en el ser amado la imagen pura del Dios creador. También aquí la inmortalidad comienza en la resurrección. Pero antes de resucitar hay que morir, y sólo después de aborrecer las cenizas de la nada se paladea el ser.

No amamos a alguien porque sea único, sino que, al contrario, llega a ser único porque lo amamos. Es el amor el que nos eleva a la existencia irreemplazable e inmortal. Es fuerte como la muerte, porque nos libera como ella del tiempo y de las apariencias. Antes de amar y de ser amados, no tenemos existencia verdadera: no somos más que una nebulosa de posibilidades confusas y casi anónimas. El amor nos entresaca de la masa informe y común, del vano torbellino de átomos intercambiables. El amor crea primero dos soledades y luego las une. Todos los bloques de mármol del mundo son más o menos lo mismo, pero cuando Miguel Ángel escoge uno, aunque sea al azar, para esculpir su sueño, a partir de ese instante todo azar queda superado y la forma de la estatua responde a una idea única de Dios eterno. Y la materia y la forma de la obra uedan unidas e inseparables para siempre.

El milagro del amor consiste precisamente en cambiar los elementos que otorga por el azar en dones de la Providencia, revelándolos, a través de las pruebas que van destruyendo todo lo mortal que hay en nosotros, el fulgor divino de un amor irreductible a todos los comunes denominadores de la materia y del tiempo. ¿Cómo llegaríamos a descubrir la inmortalidad escondida en nosotros si no gustáramos del sabor de la muerte?"

Vaya, la noticia no ha sido tan breve.

Seguiremos leyendo a don Gustavo.