El historiador tiene ante sí un depósito inmenso de hechos, personajes y episodios. ¿Qué hará con ellos? ¿Cómo los colocará en las páginas de su libro? Del modo como los coloque dependerá la historia. Porque la historia no es más que la subordinación de unos elementos a otros en el curso del tiempo. La sensibilidad del historiador juagará un papel importante en la obra. El fugitivo y efímero humor decide a veces. El humor que el historiógrafo tenga en tal o cual día -el día en que escriba acerca de Felipe II, por ejemplo- decidirá que Felipe II, en el conflicto con su hijo don Carlos, sea un padre cruel o un político prudente. El historiador no puede desasirse de sí mismo. El historiador, como el poeta, como el filósofo, como el político, está siempre consigo mismo. No puede ser otro que él mismo. Y lo que hace su desgracia hace al mismo tiempo su grandeza. Porque la historia se hace, en último término, gracias a la individualidad del historiador.
Azorín, ¿Qué es la historia?, ed. de Francisco Fuster, Madrid, Fórcola, 2012.