LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

viernes, 15 de diciembre de 2006

Tres movimientos del alma

El machadiano Juan de Mañara, el señorito andaluz que reencarna el mito donjuanesco, no sufre una repentina caída del caballo, sino una evolución en tres momentos o movimientos de su alma que se corresponden con cada uno de los tres actos de la obra.

Cuando aparece sobre la escena, ya se encuentra Juan desengañado de su ociosa vida anterior, y ya pensando en el mar de la muerte que le espera, con imagen de río manriqueño:

Viendo esta mañana el río

entre tayares y adelfos

correr hacia el mar, cruzando

dehesas y cazaderos,

por estos campos de lujo,

ancho, inútil y sereno,

pensé en mi vida. Hacia el mar

mis horas ociosas llevo

de señorito andaluz

rico, galán y torero,

alegre, porque lo dicen,

cazador que tira al vuelo

o al paso, no mal jinete,

buen bebedor y maestro

en el arte de pasar

la vida y matar el tiempo,

mimado de la fortuna

como estos campos me hicieron…

De momento es sólo un inconcreto malestar moral, un ennui, un tedium vitae. Pero, tras su inesperado reencuentro con Elvira, la macarenita a la que hizo perder la inocencia para después abandonarla en el camino del vicio y del crimen, el arrepentimiento de Juan se concreta. Ahora se propone reparar el daño hecho, redimir y salvar a Elvira, lo que implica su propia salvación. En el segundo acto le confesará:

A mí me ha bastado verte

mala para hacerme bueno.

Finalmente, en el tercer acto se da la superación del malestar inconcreto y de la culpa personal para llegar a un tercer movimiento, de recio anclaje moral y alto valor filosófico. A Beatriz, su esposa desconcertada, que no ve más allá del amor conyugal, le declara:

…. Si no hubiera

mal en el mundo y brotara

la vida limpia y serena,

de fuente pura, sería

toda compasión superflua,

calumnia del claro espejo

de Dios, y el amor que engendrara

en la carne, único amor,

vivir, la virtud suprema.

¿Quién de tus brazos entonces

el cerco y la flor bermeja

de tus labios dejaría

por cuanto la gloria encierra?

Pero este hedonismo posible es, en realidad, inviable e invivible:

Pero hay mal, dolor y muerte.

Quien piensa en ellos no sueña,

Beatriz. Yo me he visto el alma

a la luz de otra conciencia,

y vi que era turbia. Yo

me he asomado al alma ajena

y porque luz me faltaba

sólo vi sombras en ella.

Existe el mal, que es el odio;

la vida humana es pelea

contra el mal: el que llevamos

dentro y el que vemos fuera.

Existe el dolor, que al hombre

impone Naturaleza

sólo por haber nacido

de sus entrañas de piedra.

Pena sin culpa, mal hace

quien no la alivia o consuela.

Y hay la muerte; sobre todo

la muerte, que nos espera,

nos sigue y nos acompaña;

sólo Dios puede vencerla.

Sin el milagro divino,

sin Dios, la derrota es cierta.

No hay caridad sin amor,

te dije la tarde aquella.

¿Recuerdas, Beatriz? Hoy digo:

no vive el amor, lo sueña

quien ama sin Dios; amores

sin caridad son quimeras.

Quien ama sin Dios no ama verdaderamente, sólo sueña el amor, viene a concluir este Juan de Mañara y, a través de él, los Machado, los dos que firman el drama. Cuando explico a mis estudiantes esta pieza teatral, se extrañan del mensaje inequívocamente cristiano que destila. Y es que de los Machado se ha fabricado un estereotipo que en poco se compadece con la verdad. Por eso su teatro no interesa, no se lo lee, porque desdeciría el tópico. Es más cómodo quedarse con el vacuo Valle Inclán, inmenso ingenio de la nadería pretenciosa.

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