LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Péguy y los sacramentos


Marcel, el hijo primogénito de Charles Péguy, escribió varios libros sobre su padre. Uno de ellos es éste, El destino de Charles Péguy, y en él escribe que la conversión de su padre no supuso un retorno a la Iglesia y a sus normas y prácticas, sino un cambio desde la metafísica platónica a la filosofía de Cristo. Marcel afirma y defiende una distinción entre cristiandad e Iglesia:
"Aquellos que creen en la metafísica cristiana pertenecen a la cristiandad. Aquellos que, además, se someten a la Iglesia, pertenecen a esta Iglesia. Desde la época en que escribía su Juana de Arco, mi padre había establecido esta distinción. Había observado que si los jueces de Ruán podían muy bien excluir a Juana de la Iglesia (negándole la comunión, rechazando incluso oírla en confesión), ningún poder humano podía excluirla de la cristiandad. Es cada hombre por sí mismo quien decide de su pertenencia o de su exclusión de la cristiandad."
El asunto tiene sin duda un largo recorrido teórico, pero, en el caso de Péguy, tiene una base práctica, una raíz biográfica.

Socialista y ateo, Péguy se casó con una mujer socialista y atea como él, si no más, Charlotte Baudouin. Una vez "convertido", se le planteó un problema práctico: su matrimonio civil no tenía ninguna validez canónica y, canónicamente, no era más que un amancebamiento. Sus hijos tampoco estaban bautizados.

Un día Jacques Maritain, sabiendo perfectamente que Péguy no estaba en ese momento, se presentó en su casa para convencer a su mujer de que se bautizara y se casara por la Iglesia. Cuando se enteró, Péguy rompió definitivamente su amistad con Maritain. También hubo (no recuerdo ahora quién) quien propuso a Péguy que se separase de su esposa, posibilidad sobre la que el poeta no quiso ni oír hablar.

Un año después de la muerte de Péguy en el campo de batalla, su esposa y sus hijos solicitaron el bautismo.

9 comentarios:

Jesús Beades dijo...

La historia de Peguy, de su matrimonio, es tremenda y extrema, desgarrada por la mitad, como un paradigma del siglo en que vivió. Un tipo curioso. El caso es que, cuando un cristiano pone los ojos en la vida de una persona como Peguy, no se encuentra con un modelo, sino con un hermano, con sus problemas y dificultades, diferentes de las nuestras, insolubles a nuestros ojos (pero no para Dios). Y quizá sea una visión acerca de "los santos", un enfoque, más interesante para nosotros que los antiguos "modelos de santidad", subidos en peanas de escayola (o alabastro), o embalsamados en libros píos.

Jesús Sanz Rioja dijo...

Sobre Juana de Arco, Dios sabe hasta qué punto seguía siendo miembro de la Iglesia, por encima de las arbitrariedaades de sus pastores.

Anónimo dijo...

Demasiadas cosas, demasiado difíciles y sobre todo demasiado largas para un comentario.

Para empezar, una visión la de Marcel demasiado intelectual para reflejar lo que ocurre en el alma de un converso. ¿Un cambio desde la metafísica platónica a la "filosofía" de Cristo? Una conversión lo es todo menos un proceso intelectual o un cambio de "escuela filosófica". Eso viene luego y cuesta mucho. Maritain, al que le pilló joven, pudo recomponer su edificio intelectual desde Santo Tomás y la escolástica, García Morente directamente mandó el kantismo y todos sus aditamentos a paseo y se dejó de filosofías para hacerse sacerdote. Por ahí hay ya para largo.

Otra capítulo: esa identificación de la Iglesia con su jerarquía, y esa supuesta aceptación de la cristiandad, pero distanciamiento de la Iglesia. La Iglesia está formada por todos los bautizados, la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, su cabeza es Cristo. Iglesia eres tú y soy yo, y lo son todos los excomulgados y todos los que no pisan una iglesia, tanto como los jueces de Ruán. No hace falta recurrir a esa distinción, que me da la impresión que es más propia del hijo que del padre: Ningún poder humano, aunque le negaran los sacramentos, podía excluir a Juana de la Iglesia; nadie puede arrancar a nadie del Cuerpo de Cristo. Y que la Iglesia es algo de Cristo, no un tinglado propiedad de los obispos, los curas y las monjas, y que a Cristo te lo encuentras en su Iglesia, es otra de las cosas que sabe, que aprende de golpe, el converso. Yo sé de uno, ateo, pasota, litronero, mujeriego es decir poco, desalmado hide sería más exacto, que pasó por lo que es eso, ese arrasamiento, ese bouleversement (con perdón, ya que hablamos de Péguy y no se me ocurre en español), esa exaltación, esa exultación... y ,después, iba por la calle y a cada monja o cada cura que veía, se acercaba emocionado a decirle "oye, que soy de los tuyos". También se hizo sacerdote.

Y otro tema es el de los sacramentos, ese imán, ese hambre insoportable. Hambrienta de Dios, le dice Bloy a Raïssa Maritain, que quiere comulgar y no puede porque aún no ha sido bautizada; y le explica cómo puede comulgar espiritualmente y que él comulgará por ella...

Ningún converso prescinde alegremente de los sacramentos ni se pone la Iglesia por sombrero. La Iglesia es su familia, la Iglesia es Cristo, la Iglesia es algo muy serio. Y ese es el drama.

Péguy, siguiendo la letra del Derecho Canónico, podría haberse separado sin problema de la madre de sus hijos, hermana de Marcel Badouin, su más querido compañero de los tiempos de militancia socialista, cofundador creo de los Cahiers, y con la que se casó casi in memoriam del amigo repentinamente muerto, unidos por el dolor, el recuerdo, el himno socialista y poco más. Extraños el uno al otro incluso en la manera de entender el socialismo, para ella lucha de clases y anticlericalismo radical -y ahí está otra vez el drama-, y para él casi una religión de la compasión y la pobreza, con su educación cristiana, rechazada por entonces, al fondo.
A lo que iba, que no creo que Péguy prescindiera de la Iglesia, sino que justamente como hijo de la Iglesia, renuncia a un matrimonio que se le permite según las normas canónicas, renuncia a la afinidad, a la comprensión y al amor con esa otra mujer que ha conocido (no sé cómo tratará el asunto, ni si lo trata, Marcel, de nombre como el hermano y amigo muerto), y permanece con la que le trata de vendido, absurdo, estampitas y traidor. Porque ése es su sitio y no puede abandonarlos. Porque el que se convierte, no se convierte según la letra ni la norma, sino según el espíritu. Eso no es rechazo de la Iglesia, es no permitirse ni sus concesiones.

Otra cosa es que la vida después resulte invivible (insoluble, dice J.Beades). Y otra cosa es que, como después se comprobó, a veces uno sea más convincente y pueda más de muerto que de vivo.

Enrique Baltanás dijo...

Gracias (con retraso) a los tres por vuestros esclarecedores comentarios.

Adaldrida dijo...

Me ha parecido muy interesante la entrada, e interesantísimo por profu ndo y esclarecedor el comentario de Cristina. La Iglesia es algo muy serio, tiene razón.
Los santos no tienen por qué estar en peanas de escayola, Beades. No simplifiquemos las cosas. Un santo es un modelo y también un hermano: un hermano con problemas puede ser un hermano pero no un modelo. Me ha salido trabalenguas pero tú me entiendes.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Rocío. No te salió ningún trabalenguas, es perfecto y se entiende perfectamente. Gracias por la paciencia de leer mi arrebato lenguidestrabado. Me hizo pegar un bote lo de "creer(?)en la metafísica cristiana" y el "aquellos que, además, se someten a la Iglesia". Pido disculpas al dueño de la casa.
Péguy, que se declaraba "católico", no "metafísico cristiano", y que hablaba como un "llamado", no como un filósofo ("No te he dicho todo...reencontré la fe, soy católico", le dice llorando a su amigo Lotte en 1908. O "Si Dios te llama, si Dios se ha fijado en tí... jamás volverás a hallar reposo"); que se regía por el catecismo de la Iglesia católica ("estamos íntegramente nutridos por el catecismo. Creemos firmemente en él y se ha convertido en nuestra carne"); que creía en los sacramentos ("Nada es más simple que la palabra de Dios/Nos dice sólo cosas comunes/Muy comunes/La Encarnación, la Salvación, la Redención/La Palabra de Dios/Tres o cuatro misterios/La oración, los siete sacramentos"); que sufre porque ni su mujer ni sus hijos están bautizados, ni ella lo permite, y él insiste en que: "debemos salvarnos juntos... No debemos llegar a encontrar al Buen Dios los unos sin los otros"; Péguy, que va rezando y llorando nada metafísicamente por las calles de París; que peregrina a Chartres para ponerse a los pies de la Virgen, "la flecha irreprochable que no puede fallar" ("Desde que lo vi, fue un éxtasis. No sentía nada más, ni el cansancio, ni mis pies. Todas mis impurezas cayeron repentinamente, era otro hombre. Recé una hora en la catedral el sábado de noche, recé una hora el domingo de mañana antes de la gran misa...Recé, viejo amigo, como jamás había rezado, pude rezar por mis enemigos... encomendé a los tres a Notre Dame, yo no puedo ocuparme de todo...Mis pequeños no están bautizados. Que la Santa Virgen se ocupe de ellos"); Peguy, ésta es la cosa, tenía gran devoción por muchos santos de peana, a los que veía como hermanos: "nadie imagina lo que Sainte Geneviève, Saint Aignan, Saint Louis, Juana de Arco hacen por mí y lo que logran".

Y , en fin, si esto no es un retorno en regla, a mí que me lo expliquen:
«No pedimos otra cosa, refugio del pecador,
que el último lugar en vuestro purgatorio,
para llorar largamente nuestra trágica historia,
y contemplar de lejos vuestro jóven esplendor.»

Volví a pasarme. Disculpas de nuevo.

Enrique Baltanás dijo...

De pasarte nada, Cristina. Aquí compartimos el fervor y la admiración por Péguy, y todo lo que se diga de él es bienvenido y bien leído.
En la entrada inicial se me olvidó decir que si no practicaba los sacramentos (aunque no sabemos si comulgó antes de entrar en batalla), sí que rezaba, y mucho. Y sentía una gran devoción por la Virgen María: ahí están sus poemas.
Él decía que el auténtico héroe de nuestro tiempo no era el sacerdote, sino el padre de familia. No tomemos la afirmación al pie de la letra, pero tal vez esa idea explique por qué no se separó de su mujer ni de sus hijos.
Él creía en la Gracia y, efectivamente, la Gracia actuó cuando tenía que actuar. (Y no cuando Maritain decidiera que tenía que actuar: y no tengo nada contra Maritain, por otro lado).

Marcos Gaviola dijo...

Por providencial causalidad he dado con este blog,buscando una cita de Peguy para ilustrar una clase. Felicitaciones a todos por sus atinados comentarios. Admiro a Peguy, y doy gracias a Dios no tener que juzgar su alma. Creo que si algo no tuvo consistencia en su vida cristiana, la misericordia de Dios es más grande. No le resto importancia a los Sacramentos: creo en su eficacia y en su necesidad. Por eso mi alivio al pensar en que no tengo que juzgar su conducta, y que puedo apreciar su poesía. Y también podemos rezar por su alma.

Enrique Baltanás dijo...

Belgrano, gracias por el comentario y saludos. La entrada es de hace un año y la tenía olvidada. Ahora he vuelto a leer los comentarios y resulta lo más interesante de todo.