LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

sábado, 14 de marzo de 2009

¿Miguel D'Ors o Jeremiah Johnson?

“Los problemas de Poética me interesan muchísimo menos que los de Artesanía”, nos dice Miguel D’Ors en la Nota del Autor que cierra Hacia otra luz más pura. Pero, a renglón seguido, y es una de las aparentes contradicciones o dígase paradojas de este libro, D’Ors nos ofrece su personal entendimiento de la poesía, su escueta aportación a la Poética: “sólo diré que la poesía es cosa de lenguaje, que en ella vale todo (cuando vale) y que es algo que brota de la vida y tiene también la vida como destino.” Porque, en efecto, pocos poetas habrán reflexionado tan aguda, y tan poéticamente, acerca de la poesía como Miguel D’Ors. Que el arte es también, e indispensablemente, artesanía no es una de sus más desdeñables conclusiones.

Se suele decir que la poesía es el género más personal e intransferible; el coto de caza particular de los instantes íntimos; la reserva natural de los sentimientos. Nada más falso, y nada más verdadero, al mismo tiempo. En “Apunte demográfico”, uno de los muchos poemas memorables de este libro, D’Ors comienza declarando que ha pasado “toda la tarde solo, leyendo en mi estudio”. A renglón seguido comienza a pasear la mirada por su cuarto, fijándose en los objetos que le rodean, y en los recuerdos, anécdotas, diversos nombres propios que están asociados a esos objetos: “Colgados en la pared,/ un plano de Santiago, o sea de mi infancia,/ la pirámide ciclópea del Cervino.../ También un dibujo a plumilla que Eugenio D’Ors, mi abuelo,/ dedicó a su mujer —llamándole “La Nena”— en 1907.” Al final, después de una prolija enumeración, el poeta concluye sonriéndose “por haber empezado este poema/ hablando de estar solo.” Como se ve, no estamos ante un sentimiento, sino ante una idea: creemos estar solos porque no pensamos en los demás, en aquellos de los que venimos, en aquellos que nos quieren y a quienes queremos, que nos enseñan, o que simplemente nos acompañan... Pero esta idea (aún más abstractamente la formuló ya Aristóteles: el hombre es un animal social), el poeta —que en rigor no descubre nada nuevo—, la encarna con detalles tan personales que llega a resultar un misterio saber por qué quienes no sean nietos de Eugenio D’Ors (es decir, el 99,99999... de la población mundial) vayan a interesarse por este poema de su nieto Miguel. Y esto tal vez sea la poesía: la máxima abstracción de ideas y sentimientos universales, que todos podemos compartir, expresada con palabras particulares, irreemplazables, intransferibles. La poesía es algo así como conseguir que el Espíritu Absoluto se estremezca al ser introducido con encaje artesano en el duende de una hora fugaz, efímera y pasajera.


Muchas horas, cada una con su duende particular, hay encerradas en este libro. La hora de ese amor que es el más difícil de cantar, y quizá de vivir, el amor conyugal. La de la meditación templada y serena y también la de la sátira y la de la parodia (tú me llamas, amor, yo voy a pie). La de la melancolía por ser lo que somos y la de la nostalgia por no ser lo que no somos. La del poema teológico y metafísico y la del poema ligero que asaetea con bromas políticamente incorrectas (¿hay alguna broma que no sea políticamente incorrecta?).

Miguel D’Ors no necesita inventarse heterónimos. Le basta con saber que toda vida es una doble vida, como en el poema “Mis aventuras de Jeremiah Johnson”, donde un padre de familia y funcionario es a la vez un héroe legendario del Oeste.

A todos nos gusta, alguna vez, escribir la palabra Vida con mayúsculas. En Hacia otra luz más pura, como un buen tipógrafo artesano, Miguel D’Ors juega con esas cuatro letras, resaltándolas en la caja de cada poema sin necesidad de usar grandilocuentes mayúsculas. Vemos la Vida en nuestra vida minúscula, y al revés. Al margen de generaciones y poéticas, de antologías y de promociones, que ya veremos en qué queda todo, la poesía de D’Ors, intemporal y de un rabioso ahora mismo, quedará como uno de esos momentos en que un hombre, con la red de la poesía, alcanzó a cazar la esquiva mariposa que Hegel llamó el Espíritu Absoluto y que los demás podrán nombrar como prefieran (el P. Feijóo prefirió llamarlo “el no sé qué”). Y lo demás, por lo demás, que lo estudien los bachilleres del siglo XXI. Mucho más estructural y semióticamente, desde luego.

2 comentarios:

E. G-Máiquez dijo...

Aplaudo toda la reseña, que corto y pego en mi archivo d'orsiano. Y me memorizo esta frase: "la máxima abstracción de ideas y sentimientos universales, que todos podemos compartir, expresada con palabras particulares, irreemplazables, intransferibles".
Gracias por todo.

enrique baltanás dijo...

La reseña se publicó en 1999 en "La Mirada", suplemento literario de El Correo de Andalucía, que dirigió José Luna Borge.