LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

miércoles, 20 de mayo de 2009

El filósofo en el campo


El laberinto y el sueño no es un libro para lectores apresurados ni para amantes de aventuras y acciones trepidantes. Antonio Moreno, su autor, que no hace mucho reunió su poesía completa con el título de Intervalo (La Veleta, 2007), nos entrega aquí su tercer libro de prosa. Y digo de prosa, y no en prosa, porque en prosa ha publicado algo más, como aquel sugestivo ejercicio de crítica literaria titulado Los espejos del domingo.

Dos años de aislamiento en un pueblo perdido de la sierra norte de Alicante, por razones profesionales o más bien burocráticas, le sirven a Antonio Moreno para hilar un hermoso y a ratos deslumbrante relato de esa peripecia vulgar, de donde, en principio, otro que no fuera Antonio Moreno no hubiera visto más que una experiencia negativa o una contrariedad digna de olvidarse en el menor tiempo posible.

Narración, diario, poema en prosa o meditaciones sobre lo humano y lo divino, todo eso, por partes y a la vez, es El laberinto y el sueño. Es un libro de calma azorianiana, es decir, un libro donde se palpa la tragedia, la tragedia de la vida, pero se la digiere bien, como un yantar frugal, como una refacción cotidiana y necesaria. No es Antonio Moreno partidario de aspavientos y estridencias, en él todo va por dentro, como en silencio, audible sólo para los que además de oír, escuchan.

Y ya que hablamos de silencio, terminemos esta nota de lectura con una meditación sobre el que Antonio Moreno ha escuchado en su destierro, o sea, en su desierto:

Todo recuerda a una cartuja. Sobre la aldea predomina la altitud del campanario; sobre él, la veleta que señala la dirección de los vientos es una imagen del arcángel San Miguel alanceando al demonio. Cada tarde, a las seis en invierno y una hora más tarde en verano, llaman las campanas al rosario vespertino. Y el silencio, el silencio es tan cerrado y único... [...] Me acuerdo del Robinsón de Defoe en su extremo del mundo. Yo no reúno pólvora seca, ni las tablas, bidones y herramientas que ha escupido el mar. Sólo recojo palabras de la orilla, y no sé si son una lucha contra el anonimato que es cada hombre o si son una parte más de este silencio.

Antonio Moreno no ha necesitado vivir ninguna aventura exótica en algún extremo del mundo para escribir unas páginas que, más que de un paisaje o de un lugar, son el retrato de un hombre. Un hombre colocado en un lugar de extrañamiento. Un hombre en un desierto, que es, que ha sido desde siempre, el sitio idóneo para contemplar, a la debida distancia, el fulgor y la sombra de la vida.

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