LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

lunes, 29 de agosto de 2011

VIDA Y PELIGROS DE ALFONSO GUERRA GONZÁLEZ

Había evitado yo varias detenciones escapando a tiempo o simulando que no había nadie en el piso cuya puerta aporreaba la pareja de "grises" o de la político-social. Una tarde estaba yo solo en casa escribiendo los artículos de El Socialista que editábamos y distribuíamos de forma clandestina cuando llamaron al timbre. Sigilosamente -había que actuar siempre así, por si acaso- me desplacé hasta la puerta, me acerqué a la mirilla y vi a dos policías uniformados. Volví a la ha bitación, en silencio recogí todos los documentos que manejaba cuando sonó el timbre, y me senté a esperar que se fueran o que derribasen la puerta. El tiembre volvió a sonar tres o cuatro veces más; después pude oír las pisadas de los policías bajando las escaleras. Vivía yo en un cuarto piso en un edificio que carecía de ascensor. Por curiosidad y por precacución me asomé con mucho cuidado a la terraza situada en la esquina de la confluencia de dos calles. La sorpresa casi me deja sin aliento. La calle estaba llena de gente. Dos coches de la policía se cruzaban en la calle y un coche de bomberos con la escalera móvil semidesplegada. ¡Era una detención espectacular! ¿Qué podía haber ocurrido para que la policía hiciese una demostración tan extraordinaria para detenerme ¡a mí!? No encontraba explicación. Empecé a imaginar la forma de salir de aquel atolladero. Pensé en escapar por el tejado, pero con tantas personas mirando hacia arriba me descubrirían. Opté por lo más cómodo: esperar. A cada rato, procurando no ser visto, echaba una mirada a la calle. Ahí seguían todos, y mi desconcierto iba creciendo. Después de dos horas y media de espera y tras comprobar que la escena no cambiaba, decidí bajar y salir a la calle. Fui bajando las esccaleras seguro de mi detención y temeroso de sus consecuencias. Al aparecer en el portal todos empezaron a aplaudir. El estupor que reflejaba mi cara hizo que muchos se acercaran a calmarme y a explicarme lo sucedido. No era nada heroico. Yo, que me había imaginado la gran redada para detenerme, estaba lejos de adivinar qué había ocurrido. Un vecino de la planta baja quiso ampliar su garaje sinncomendarse a técnicos ni a prudentes, cortó un pilar que le molestaba para maniobrar con el vehúculo y el edificio se resintió. En la primera planta las puertas se descolgaron, impidiendo su total apertura. Avisados policías y bomberos, procedieron a desalojar a todos los inquilinos, para lo que llamaron a todas las puertas. Los aplausos se debían a que horas después del incidente aún aparecía un vecino ileso saliendo del edificio. Mi fantasmagoría se explicaba por la funesta influencia que tenía sobre los luchadores contra la dictadura la permanente cautela ante la presencia policial.

Cuando el tiempo nos alcanza, Madrid, Espasa Calpe, 2004 [pp. 110-111]

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenos dias, me encanta tu blog, los articulos me parecen muy interesantes, un saludo

NGG dijo...

Que putada no hubiese caído el edificio entero con el hermanísimo dentro.

enrique baltanás dijo...

A Scarlett: gracias.
A NGG: No está bien desearle mal a nadie.

Viñamarina dijo...

Así se escriben los cuentos, con retención de aliento y sorpresa al final. ¡Enhorabuena!

NGG dijo...

Lo sé, don Enrique, y le presento mis excusas...pero ése era y sigue siendo un don nadie.
Saludos