"Los profesores usan un 10% más de tranquilizantes contra el estrés" es un titular destacado de la portada de
El Correo de Andalucía en su edición de hoy martes.
Pero leamos
la noticia con atención. En su primera parte ofrece los datos del informe, al parecer encargado por la Consejería de Salud, pero luego se pasa a la interpretación y análisis de esos datos por parte de otra Consejería, la de Educación, y ahí es donde viene lo bueno. Copio [
y pongo entre corchetes, y en azul, mis glosas]:
El reinicio del curso académico hoy genera estrés y ansiedad en el profesorado, que, según un informe de la Escuela Andaluza de Salud Pública, ingiere un 10% más de tranquilizantes y barbitúricos que el resto de trabajadores. La conflictividad y el esfuerzo por mantener la atención de los niños son las causas del desequilibrio psíquico de los docentes.
“La docencia puede ser catalogada como una actividad de riesgo para la salud psicosocial”. La Escuela Andaluza de Salud Pública, dependiente de la Consejería de Salud, ha publicado un estudio sobre el estado emocional de los profesores en su trabajo. Es una especie de manual con tintes de libro de autoayuda y que trata de explicar por qué el estrés es la razón principal de las bajas laborales en la escuela.
Precisamente hoy se retoma el curso escolar, que es uno de los momentos en los que más bajas se registran. Los docentes, según el estudio, están acosados por crisis de ansiedad, depresión, inseguridad y cambios bruscos de temperamento que los perjudicados tratan de sortear ingiriendo tranquilizantes y barbitúricos. Un 10% más de media que el resto de empleados públicos, según los autores que, sin embargo, usan el informe para proponer otras soluciones al problema.
El 25% del profesorado andaluz sufre algún trastorno psicológico, un porcentaje extrapolable a los docentes sevillanos. El catálogo de riesgos que surge de la práctica educativa lo encabeza el estrés. También la desmotivación, la impotencia sexual, el absentismo laboral, el bajo rendimiento, el excesivo consumo de alcohol y tabaco, los problemas familiares, irritabilidad, el mal humor, la depresión, el agotamiento, las migrañas, el insomnio, las úlceras y las micciones nocturnas repetidas.
José Luis Bimbela y Bibiana Navarro, responsables del estudio Cuidando al formador, creen que la crisis surge de ciertas situaciones, como las demandas de los padres, que en los últimos años se han vuelto más rígidas. “Los padres han pasado de confiar en los educadores a ser muy críticos con el sistema educativo”, dice Bimbela. [¿Muy críticos? Yo diría mejor muy hostiles]
La Escuela de Salud elaboró sesiones con profesores para averiguar qué situaciones les suponían más problemas: más del 30% dijo que el absentismo de sus alumnos les provocaba desilusión, ansiedad y rabia. Más de un tercio se siente culpable y frustrado cuando advierte un elevado porcentaje de suspensos durante la comisión de evaluación. Otras situaciones son: “Estoy dando clase y están distraídos: desesperación, inseguridad, frustración”. “No he sabido responder a una pregunta: inseguridad, soledad, angustia”. “El niño genera conflictos y desacredita al formador: rabia, desconfianza, aversión”.
El perfil del alumnado también ha cambiado. “Existe un cuestionamiento continuo de la profesión, lo que ha hecho que el profesor pierda estatus, prestigio y consideración social”, explica el informe. Sin embargo, este argumento está siendo muy criticado en la escuela [¿en la escuela? ¿en qué escuela?]. Expertos en pedagogía [Ya están aquí, ya apareció la secta pedagógica, la de esos que no dan clases pero dicen cómo se deben dar las clases] creen [ojo a lo que creen, que no tiene desperdicio] que el desarrollo democrático ha facilitado que “se pueda cuestionar lo que dice el maestro, cosa que antes era imposible, primero porque la mitad de la población era iletrada, y segundo porque el profesor hablaba ex cátedra y lo que decía iba a misa, sin que ni el alumno ni su padre supieran cómo rebatirle”. [¿Y para qué o por qué tienen que rebatirle, es ese el objetivo?]
La administración educativa [o sea, la consejera, Cándida Martínez] reconoce que en los últimos 20 años los requisitos que se le exigen a un profesor para impartir clases son muy básicos [una licenciatura, una oposición, ¿son requisitos muy básicos?]. “La inseguridad del profesor, sobre todo en secundaria, no se debe sólo a la dificultad de la profesión. Es que a veces saben menos que los alumnos, por ejemplo de informática, y admitirlo delante de 30 chavales les puede suponer un problema”, explican fuentes de la consejería. [Y aquí ya no sé poner ninguna glosa, porque me he quedado estupefacto].