Anda uno estos días entretenido en la lectura de una selección del sabrosísimo Epistolario de San Juan de Ávila, compilada y editada por Fidel Villegas (Madrid, Palabra, 2017), cuando de pronto da con esta frase sencillamente genial vestida con la aparente simpleza de la obviedad: "Pobre es todo hombre y no hay quien no tenga necesidades", que es a su vez explanación y comento de otra que aparece en Proverbios (21, 13), que reza según la cita el de Ávila: "Quien cerrare el oído a la voz del pobre, llamará y no será oído".
Pero si esto es verdad, que todos somos pobres de algo, como yo lo tengo por cosa muy cierta y averiguada, entonces el famoso principio teológico de la "opción preferencial por los pobres", proclamado en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrado en Puebla (México) en 1979, germen y origen de la "teología de la liberación", triste secuela del no menos triste Vaticano II, no es más que la falsa moneda de una teología de baratillo, una teología que empieza por no entender nada de economía (cree que es una tarta que hay que repartir), y ni siquiera de la propiamente dicha teología.
Pero mucho me temo que esta sea la tónica de toda, o casi toda, la jerarquía católica de nuestros aciagos días.
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