«La España que soñaron» no era la constitucional de 1978, sino la republicana de 1931, escribe en su columna de La Razón el ex-ministro Jorge Fernández Díaz. Pero tuvieron, dice, la honestidad política de reconocer que aquella República que nos abocó a la Guerra Civil, fue una desdichada tragedia para España, y asumieron la reconciliación y la concordia impulsada por S.M. el Rey Juan Carlos. Aceptaron dignamente que su sueño era, en verdad, una pesadilla. Como diputados en las Cortes Constituyentes, Pasionaria y Alberti junto a Carrillo y otros dirigentes del Partido Comunista de España y el PSUC, como Solé Tura, tuvieron una actitud conciliadora y responsable que facilitó la Transición a la democracia, aceptando la Corona y la bandera roja y gualda, y apoyando la Constitución. Todo ello merece un reconocimiento y así lo hago, en honor a la verdad histórica.
Pero Fernández Díaz se equivoca o peca de excesiva ingenuidad. La izquierda no renuncia nunca a sus objetivos, simplemente los aplaza. Y así se ha ido viendo en el decurso de estos últimos cuarenta años: de González a Zapatero y Sánchez han ido dejando a España "que no la conoce ni su madre". Y casi siempre con la inestimable ayuda de los comunistas y otros "istas", además por descontado de los españoles obtusamente separatistas.
Y sigue soñando con la reedición de la segunda República.
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